Howl se levanto ese día como todos, sus sirvientes ayudandole en todo hasta hacerlo quedar como a el le gustaba...perfecto!, después de eso se tiño el cabello de rubio con una poción que había elaborado un día anterior, se veía encantador...el rubio también le combinaba con sus ojos y su piel haciéndolo parecer un ángel. Aun sin ser muy vanidoso beso el espejo y bajo a desayunar, todas las sirvientas le miraban embobadas ese día y el las saludaba radiante, desayuno mientras platicaba con Arima muy animado sobre los nuevos rumores del castillo y reía encantado del humor negro que solía tener el castaño. Después se despidió carismático y avanzo a su patio de juegos favorito: Las calles de Tokyo. Donde las doncellas vírgenes suspiraban al verle pasar en su corcel blanco luciendo aquella cabellera rubia que brillaba con el sol y saludaba una que otra chica linda que llamara su atención.
Le encantaba esa sensación! el llamar la atención, el ser apuesto era uno de sus mayores orgullos, las mujeres desfallecían con que les dedicara una mirada un insignificante movimiento las rendía a sus pies. A los donceles los ponía a temblar con una sonrisa y las geishas en vez de ser perseguidas por el, lo perseguían y le insistían. Era maravilloso todo aquello por que el era perfecto y nada fallaba en su vida, absolutamente NADA le molestaba ¿O eso creía?...
Detuvo su corcel frente a una tienda donde compro unos cuantos dulces y postres japoneses sin quitarle la vista a la chica que le atendía, una vez guardando sus compras que había hecho para hacérselas llegar a su amado y prohibido Hotaru le regalo un beso en la mejilla a la bella chica y se fue de vuelta al castillo donde encontró varias chicas hijas de variados feudales que venían en su búsqueda pero a nadie prestaba atención lo único que quería era enviar con su sirvientes lo que había comprado para Hotaru.
Se sentía un pecador...y no por todo lo que solía hacer con las chica si no...por amar a su hermano Hotaru tan profundamente, no sabia cuando había empezado a amarlo tanto pero era una enfermedad extraña ya que la desquitaba con quien se le cruzara enfrente en vez de hacerle saber tales sentimientos a su nii chan.
-Hotaru...- Musito después de pasarse toda la mañana afuera rodeado de gente, pero no podía estar con quien el en realidad amaba...por una parte estaba su Oka-san y por otra parte estaba el mismo que no sabia si podría contenerse, se sentía pésimo de solo repasar ese problema en su cabeza por lo que decidió dejarlo por la paz y sentarse un rato en el jardín de su Oka-san para tratar de distraerse, miro al balcón notando que no había nadie ¿Donde estaría aquel objeto de adoración en sus sueños?...
{Fin de la escena}