“Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el cabal lo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece la tierra. Esto sabemos: todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.
Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Uds. caminarán hacia su destrucción, rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, les dio dominio sobre ella. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.
¿Dónde está el matorral? Destruido.
¿Dónde está el águila? Desapareció.
Termina la vida y empieza la supervivencia”.
¡Ja! ¿No lo creían? Idiotas.
Después del 2012, la tierra se vino abajo.
Y no, no fue metafóricamente...
Ni mucho menos cercano a las películas hollywoodenses en que un sólo héroe salvaba a la humanidad entera sin siquiera despeinarse luego de emerger de entre las cenizas de un volcán. No, tampoco llegaron alienígenas benevolentes dispuestos a salvarnos de nuestra estupidez y no hubo ni un solo plan maquiavélico que preservara a la raza humana in-vitro para el futuro. Nada.
Cuando menos lo pensamos las casas y los edificios comenzaron a venirse abajo. Las presas se desbordaron, los volcanes despertaron. La gente sepultada gritaba, los niños huérfanos lloraban ¡pero el calor era tan inmenso y el agua tan escasa! Que los hombres caían muertos y exhaustos al primer intento de rescatar a quienes clamaban por
ayuda. La que no podía llegar de ningún lado, porque todo el mundo estaba igual.
En menos de dos semanas nos habíamos hundido en las penumbras y en el desconcierto. Sin electricidad y sin comunicaciones no nos quedaba nada más que esperar; saqueando almacenes, escudriñando los restos de las casas ajenas.
Con el tiempo, todos enloquecimos. Incluso las nociones de nosotros mismos se fueron perdiendo. Las familias se disolvían y otras “nuevas” se formaban tan sólo para volverse tribus a conveniencia que se dedicaban a cazar a los más jóvenes o a los más débiles.
Y con la locura vino el virus…
Porque cuando dije que todos nos habíamos vuelto locos, me refería a TODOS…los animales también se volvieron locos. El perro que había pasado junto a ti tantos años, de repente se veía con la determi nación de cazarte, y el ave que te despertaba con sus cantos todas las mañanas, ahora en realidad parecía buscar la mejor forma para sacarte los ojos. El gato, el hurón, el hámster, los animales de zoológico, todos, absolutamente todos, tenían por objetivo a cualquier humano que les pasara enfrente. Hasta el conejo se volvió un depredador nato y salvaje, ansioso de carne humana. Los pocos que lográbamos escapar de las persecuciones animales, se dividían en dos: los afortunados que terminaban intactos y los que por desgracia sobrevivíamos con algún mordisco y rasguño. Si bien en un principio sólo eran las fiebres y la infección que se convertían en un maravilloso y fantástico despliegue de habilidades sobrehumanas…al pasar los meses nos fuimos dando cuenta que era mejor morir en el ataque, que esperar a que el virus nos carcomiera por dentro.
Todo se derrumbó. Nuestras vidas, nuestra felicidad, nuestra cotidianeidad, hasta lo más mínimo e insi gnificante, de un día a otro ya no estuvo ahí. Mil veces, me imaginé que era un sueño…pero era suficiente un nuevo temblor para hacerme reaccionar y comprender que ésta era mi realidad.
Lo que eran continentes, volvió a ser uno solo. Lo que eran ciudades, se hicieron escombros. Dejó de haber bosques y selvas, todo se volvió un desierto inmenso y desolado en el que sin importar lo mucho que se caminara no se lograba llegar a ningún lado ni ver a una sola persona.
Sin embargo, pronto comenzaron a haber nuevas comunidades y a un paso verdaderamente rápido se formaron cuatro fuerzas importantes en cada uno de los puntos cardinales. Las comunidades pronto crecieron y aunque no han llegado al título de “países”, cada región ha adoptado un nombre. Hemos vuelto al comercio cavernícola por medio de intercambio y la moneda más valiosa es el agua o cualquier cosa comestible que no esté infectada por la lluvia ácida.
Nuestra tecnol ogía está por los suelos, la electricidad no funciona como antes, tenemos que ayudarnos en la luz solar que apenas si nos alumbra un par de horas el día, por suerte los vientos son lo suficientemente fuertes para provocar la energía suficiente. No tenemos ganados suficientes y aunque los tuviéramos, ni siquiera tenemos con qué alimentarnos nosotros como para alimentar a una vaca; pero hay quienes se las arreglan para comerciar con carne, que no he querido saber jamás de dónde viene.
A 10 años de aquello, los pleitos son atroces. Las mujeres cada vez son menos y los niños son escasos. Hay pocos hombres que aun conservan la cordura y que no terminan convirtiéndose en animales. El egoísmo ha llegado a su punto máximo, junto con todo lo peor de la raza humana. Los pocos que quedamos, vivimos en una guerra constante que no tiene caso, al fin y al cabo todos estamos igual de jodidos.
Así vivimos, ahora… no. Sobrevivimos, ahora.
¿Alguna vez lo imaginaste?